Selección: Mirtha Caré ([email protected])
Cuenta el autor
Estos poemas tienen la intención de reconstruir desde el barrio que me crió, La Boca. Todo lo que me ayudó a decir, así como también el vínculo con mi familia y las cuestiones cotidianas. Es una mirada a través de ellos.
Este es el material con el que pude construir historias y mezclar situaciones, para recrearlas. Estoy embebido en ellos. Habitándolos. Como el casero de una obra en construcción. Mirar en retrospectiva, pero con un caleidoscopio anclado en la fuerza emotiva. Es posible que estos textos sean parte de mi segundo poemario.
Los andamios de una vida
El cielo es un nivel
de esos que se usan para la construcción
donde todo queda suspendido
un equilibrio de mercurio
entre marca y marca una burbuja
entre ojo y ojo
la mirada
que sostuve con un peso innecesario
hasta que se achicó
un cíclope entrando a las letras
un material salpicado a la cara
el paisaje un andamio que se cae

Las novias de Migñaquy
(donde aprendí)
decían que besaba bien
la Boca sensual escondía un anzuelo de infancia
que mi padre me había instalado en la lengua
Él era de esos albañiles que cuando se secaba
en el fondo del balde el material
quería recuperarlo
levantaba paredes rotas
se iban descascarando
como todo lo que intentaba
con su brutalidad
una foto dañada y recurrente
que luego me permitió besar más dulce
El otoño desde la terraza
las sogas desnudas, entrelazadas
en nudos tirantes
sostienen los 21 grados
que mide
el punto de las cosas
el viento desaloja la humedad
la mirada se oxida
viendo menos hilos que trazan
las divisiones
de los techos
de los patios en la sogas aliviadas
al caer la tarde mordida por los broches
luces como líneas en fuga
la tarde puede ser roldana quejosa
un mecanismo
de las telas que nos cubren
Cartas
una respiración por cada recuerdo:
laurel y porotos transpirando al vapor
verduras cortando a medias
la tabla de la media mañana
Guisos que ablandan la mandioca
-crucifijos leñosos en la tierra-
aromas que calman los moretones
incendiados del suelo
Misiones: el Mbejú y las distancias
los chamamés conmovidos
las plantas creciendo sobre tus manos
los surcos y las venas
todos los caminos
Escribías cartas a escondidas
en la intimidad con la cortina de tela
las leías arrugando la emoción en el pecho
como Guayasamin
Las estampillas: próceres o animales
alguna flor del ceibo o mburucuyá
la letra ebria de la distancia
Veía en tu cara todas las cosas que se escriben
y las que no
-que son la mayoría-

Familia palo borracho
En la palma de mi mano se dibuja con las venas
un palo borracho
Mi viejo, el padre de mi viejo que no conoció la palabra
abuelo
mi abuela que tomaba las orfandades de sus hijxs
mi otro abuelo -Pedro-
que repartía diarios en la ruta misionera luego que perdiera
una pierna
piedra caliza roja
un taburete le cubría un poco
la sombra del sombrero
dibujaba con su cuerpo
árbol botella
en el patio de mi escuela
entre los recreos en el piso de baldosa
rebotaban con miedo sus frutos
luego flor hermosa y algodón
un listado como cartografía genealógica
palabras robustas del álbum
Los pajaritos se pasan el pronóstico del aire y levantan quinielas en los árboles del atardecer, se viene la tormenta.
*

Acerca del autor
Nelson Acevedo (1978). Nació en la ciudad General San Martín, provincia de Chaco, y se crió en el barrio porteño de La Boca. Es electricista matriculado y licenciado en Trabajo Social. Como escritor, publicó el libro de poesías Palabras que no guardé (El Escriba, 2011) y se encuentra trabajando en la edición de su próximo poemario.
Algunos de sus textos fueron publicados en diversas antologías y otros recibieron menciones y premios en certámenes de Argentina y Chile. Desde 1998 hasta 2003 participó de la revista literaria Banquete de Escritores. Actualmente integra la editorial autogestiva Puño, papel y tijera. Además, organiza junto a Sebastián Realini, poeta y gestor cultural, el ciclo de música y poesía Donde nuestro paso corta la oscuridad.