Por Mirtha Caré ([email protected])
Oriana Alejandra Duno Andrade es tatuadora y con apenas 20 años ha logrado conquistar un espacio importante en el mundo del tattoo. Creció escuchando el sonido vibrante de la máquina de tatuar de su padre, Pedro Duno, lo que despertó su pasión. Oriana es venezolana y desde hace seis años vive en Argentina junto a su familia. Le abre las puertas del estudio donde trabaja a El Café Diario y relata sus inicios y su experiencia.

¿Qué la llevó a ser tatuadora?
Mi papá es tatuador así que desde que estaba en la panza de mi mamá ya escuchaba el sonido de la máquina, crecí con eso. Pasaba tiempo en la tienda con él, lo veía dibujar y lo copiaba. Me gustaba dibujar y después mostrarle lo que había hecho.
¿Cuándo se inició?
Mira, te voy a contar una anécdota. Mi primer tatuaje lo hice a los cinco años. Un día dibujé un dragoncito en garabato, con mi nombre y todo. Y le dije a mi padre te quiero tatuar. Él aceptó, pero me dijo que íbamos a esperar un ratito (risas).

¿Estaba retrasando el momento?
Claro, estaba nervioso. Yo estaba muy ansiosa así que un día le dije este domingo te voy a tatuar. Así que llegó el domingo y eso hice.
No se olvidaba…
No, yo quería tatuar, tenía muchas ganas de hacerlo. Así que mi papá me puso los guantes que me quedaban enormes y preparó la máquina que me pesaba un montón. Yo tenía las manos muy chiquititas así que tuve que agarrarla con las dos manos. Le hice el tatuaje en el muslo y le dolió bastante, pero se la aguantó. Por supuesto que me ayudó en algunas partes. Y al terminar se puso a llorar de la emoción.

¿Y a qué edad empezó a formarse?
Más o menos a los doce o trece años ya lo tenía decidido. El segundo tatuaje que hice fue a mi mamá, le hice una florecita que quedó muy bien. Después vino un amigo de mi papá que quiso tener un tatuaje mío de recuerdo. Y después, otros amigos de mis papás se fueron animando a que los tatuara también. Al principio eran todos diseños chiquitos, esto me ayudó a que fuera adquiriendo práctica. Y a los dieciséis años hice mi primer tatuaje grande.
¿Cuándo comenzó a tomarlo como una profesión?
En Venezuela era más un entretenimiento, hacía uno cada tanto, pero una vez que nos instalamos en Buenos Aires ya empecé a proyectarme y a trabajar con el tatuaje.

¿Cuánto hace que vive en Argentina?
Vine con mi familia hace seis años. En parte por la situación general de mi país y en parte por cuestiones personales. Mi papá tenía un amigo viviendo acá y le propuso que viniera, así que acá estamos.
¿Cómo fue el cambio?
AL principio nos costó encontrar lugar y acostumbrarnos. El primer año fue el más difícil para mí, tenía 15 años y no conocía a nadie así que no salía. Ya en el segundo año del secundario conocí un montón de gente y me sentí más cómoda.
En esto gastas mucha energía con cada persona, no sólo física sino también mental. No podés tatuar estando enojado o con un problema grave porque las cosas te van a salir mal. Así que hay que olvidarse de los problemas»
¿Ser tatuadora la ayudó a relacionarse?
Sí, al principio provocaba mucha curiosidad que siendo tan joven y estando en el colegio ya trabajara de tatuadora. Así fui haciendo muchas amistades, lo que también me ayudó a tener más trabajo. Mis amigos siempre comparten lo que hago y eso se los agradezco un montón. Desenvolverme como tatuadora, tomarlo como trabajo y tener esa conexión, me hizo cambiar la perspectiva del viaje, abrirme y tenerle más cariño a esta nueva experiencia, en un lugar nuevo, con gente nueva.

Y ahora trabaja en un estudio…
Sí, lo tenemos en conjunto con mi papá. Se llama Canibal Tatoo Studio, pero tenemos cuentas de Instagram separadas, la mía es @origami.tattooo y la de mi papá es @pedrodunotattoo. Ya tengo clientes fijos que me fueron conociendo por recomendaciones boca a boca, o por las redes donde tengo mis propios seguidores.
¿Cómo es trabajar con su papá?
Bueno, no siempre es fácil, hay que llevarlo… (risas). Pero es un lindo ambiente y me gusta que compartamos la misma pasión, la misma música cuando trabajamos, me gustan esos detallitos de padre e hija.

¿Qué representa para usted el tatuaje?
Como tatuadora es algo a lo que le tengo cariño porque crecí viéndolo a mi papá, escuchando el sonido de la máquina. Como persona tatuada, me gusta que los tatuajes representen algo, que sea significativo. Aunque a veces puede ser que simplemente me guste el dibujo, algún detallito.
¿Hay algún estilo en particular al que se dedique?
Me gusta más el dibujo lineal, el minimalista, con mucho puntillismo. También los dibujos abstractos. Y lo que más me piden son letras. Ya lo que es realismo, colores, eso no me gusta tanto. En realismo prefiero el estilo viejo, de los marineros, motoqueros… combinar un poco el estilo viejo con algo nuevo en cuanto a técnica.
¿Qué es lo que más le piden?
Lo que más me piden son letras y frases. No tanto porque esté de moda sino porque es más fácil encontrarle el sentido al tatuaje. Me han pedido hasta letras de canciones.

¿Qué es lo más complicado en el día a día?
Primero que nada, te tiene que gustar. En esto gastas mucha energía con cada persona, no sólo física sino también mental. No podés tatuar estando enojado o con un problema grave porque las cosas te van a salir mal. Así que hay que olvidarse de los problemas.
¿Qué le diría a quienes se quieren tatuar, pero tienen un poco de miedo?
Que es ahora o nunca. Que si se te presentó la oportunidad tienes que aprovecharla. Que dentro de ese miedo que tienes, tienes las ganas. Puede que si la dejas pasar esas ganas no vuelvan. De todos modos, está bueno que el primer tatuaje que te hagas sea algo significativo, algo importante.