Por Georgina Marcela Parente ([email protected])
Una niƱa. Ćnica y especial como tantas y cada una de las niƱas de su edad. Esa tarde sumamente calurosa, mientras jugaba en su habitación, comenzó a sufrir fuertes dolores abdominales, fue corriendo a la cocina donde estaba su mamĆ”, quien, algo desconcertada, le preparó un tĆ© esperando que se le pasara.
Ā«QuizĆ”s sea el dolor de la menarcaĀ» pensó su madre, aunque con aquel calor y la pesadumbre de la humedad, cualquier cosa podĆa haberle caĆdo mal. El dolor no disminuĆa, por lo que decidió llevarla a la salita de atención primaria, una vez allĆ, la mĆ©dica la bombardeó a preguntas. La pequeƱa niƱa, sentada en la camilla mirando el suelo, contestaba con los labios apretados, apresada por una mezcla de vergüenza, tristeza y dolor.

QuerĆa irse de allĆ. La mĆ©dica salió y volvió luego de un rato con otra colega, quizĆ”s de rango mayor. Era mĆ”s grande y parecĆa mĆ”s empĆ”tica, hasta Ā«maternalĀ». Le explicó a la madre que debĆan hacer estudios para confirmarlo, pero sospechaban que la pequeƱa estaba embarazada.
La madre horrorizada, enojada, angustiada y descreĆda, convocó a su hija a dar una explicación, como si a su corta edad entendiera la profundidad de la grave situación. La pequeƱa quebró en llanto, como se esperaba que reaccione su pequeƱo raciocinio de niƱa ataviada por una consulta mitigante, y pidió que por favor la perdonaran, como si fuese ella la culpable de tan agobiante noticia. No querĆa que ese Ā«hombre maloĀ» le hiciera daƱo a sus padres y por ello no dijo nada. Ese hombre era su vecino āun hombre mayor-, quien tras abusar sexualmente y arrebatar la inocencia, la infancia, la niƱez y la alegrĆa de la pequeƱa, la amenazó con matar a sus padres si contaba lo ocurrido.
«¿Porque no me di cuenta antes?Ā» se repetĆa una y otra vez la mamĆ” de la pequeƱa, la respuesta a este interrogante es la eficaz perversidad de la amenaza del Ā«hombre maloĀ». «¿Porque no me lo contaste?Ā» Le reclamaba, exigiendo respuesta de una vĆctima que habĆa hecho de sĆ misma un escudo para proteger a su familia.
El cielo se hizo negro, la madre en desesperación, llamó a su marido para radicar una denuncia, pero no era suficiente, el daƱo era muy grave y ya estaba hecho. En la salita le explicaron las opciones, le informaron que el aborto en Argentina es no punible en caso de violación sea cual fuere la edad o capacidad de la vĆctima, y mĆ”s aĆŗn tratĆ”ndose de una niƱa, por lo que sólo requiere la firma de una declaración jurada por parte de la vĆctima o sus responsables siendo ella menor de edad.
La familia fue recibida en el Servicio de GinecologĆa del Hospital Central -inicio de la odisea-, donde los padres pidieron que se realice el protocolo que rige para estos casos, y por supuesto la confidencialidad del mismo. Mientras tanto la pequeƱa, solo pedĆa que dejara de doler. En un contexto hospitalario, habiendo oĆdo las palabras Ā«embarazoĀ», Ā«procedimientosĀ», Ā«intervenciónĀ», Ā«operaciónĀ», imaginó lo que alguna vez vio por la tele. Mujeres gritando para parir, bisturĆs cortando la piel, sangre y agujas. La niƱa, mientras tanto, solo pedĆa que no le doliera.

1921 en Argentina, siendo no punible en caso de inviabilidad fetal,
daño a la salud de la gestante, o cuando el embarazo fuera producto de una violación».
(Ley 11179 – Art. 85, 1921. Actualizada F.A.L 2012)
QuerĆa volver a su casa, querĆa que no le doliera cuando Ā«se lo sacarĆ”nĀ» para poder seguir jugando. QuerĆa volver y abrazar su peluche, que tantas lagrimas absorbió en su peludo cuerpo gris relleno de algodón y poliester; querĆa volver a su cama junto a la ventana, desde la cual pasaba horas vigilando que aquel hombre no volviera; le tranquilizaba saber que mientras ella no hablara de lo ocurrido todos estarĆan a salvo, no importaba cuanto dolor le significara, esa sensación que los adultos llaman angustia.
En el hospital le explicaron algo muy distinto que en la salita, le dijeron que debĆan realizar un proceso legal, institucional, burocrĆ”tico, esas palabras que los chicos no entienden, pero que su madre anotaba con afĆ”n desesperante de Ā«hacer las cosas bienĀ», de querer Ā«reivindicarseĀ» ignorando ser una vĆctima colateral del daƱo generado, entre esa culpa por Ā«no verlo antesĀ», el auto reproche de Ā«no haber cuidado a su hija, a su niƱaĀ» y debiendo demostrar que es Ā«una madre presenteĀ».
Mientras tanto, el protocolo para estos casos solo era texto en un papel, pero le dieron medicamentos, vitaminas y hasta una inyección de corticoides. Le dijeron que era parte de la preparación para cuidar su salud. Le mentĆan. En realidad estaban forzando la maduración del feto, en una decisión arbitraria.

La niƱa no querĆa hacerlo, pero ya estaba allĆ y creĆa que era lo mejor, porque los adultos le decĆan que era lo mejor, los mĆ©dicos, los que estaban ahĆ para cuidarla y resguardar su salud psico-fĆsica.
Al dolor abdominal y al peso emocional, se le sumó el dolor de la inyección intramuscular, los estudios de sangre, el prequirĆŗrgico, y cada uno de los exĆ”menes que no hacĆan mĆ”s que dilatar el tiempo de gestación intrauterina, lo que acercaba mĆ”s la lĆnea lĆmite de lo legal y lo moral.
Pasaron los dĆas, cumplieron su propósito, y le dijeron que ya no era viable la interrupción del embarazo, en su lugar realizarĆan una cesĆ”rea, porque era una bonita y sutil forma de decir que tendrĆa un parto, iba a parir. QuĆ© aquel embarazo no serĆa interrumpido sino que ātraerĆa una vida al mundoā. Contra su voluntad y contra su derecho, decretaron que serĆa āmadreā.
El desconcierto aumentaba para la familia, pero querĆan que toda la pesadilla que les demacraba su realidad finalizara lo antes posible. Fuese I.L.E. o cesĆ”rea, la niƱa sólo querĆa que se lo sacaran, que la cuidaran como le prometieron, que se fuera su dolor. Que trajeran esa vida al mundo que tanto los regocijaba, para poder continuar con su vida y reconstruir lo que queda de ella.
Ya no podĆan elegir. Los Ā«responsables a cargoĀ» lo habĆan hecho por ellos, entonces la familia pidió que no hubiera contacto con aquel o aquella bebĆ©.
Se realizó la cesĆ”rea e inmediatamente el feto fue colocado en incubadora, intubada, sondada, a fin de forzar la externo gestación. Aislada en la incubadora, en la sala de neonatologĆa, donde legalmente solo tienen permitido el acceso los progenitores.
La niña, ahora era llamada «madre», con un intenso ardor en la cicatriz, los pechos congestionados, doloridos, chorreando calostro; en la sala, la familia acompañando, con aquel peluche gris que la anclaba a lo que fue su niñez. Fuera del hospital, un centenar de personas pidiendo justicia, algunos por la pequeña violada y obligada a parir, otros por el feto «rescatado de un aborto». Su vida de infante ahora era un caso público.
Y el bombardeo mediĆ”tico, por un lado, desde asociaciones y organismos de derechos de la infancia presentando demandas a los profesionales que negaron la I.L.E, por el otro, hasta el mismĆsimo gobernador prometiendo la adopción de la bebĆ© a una Ā«importante familiaĀ» sin mediar mĆ”s procedimiento que haberlo pedido, como si no existieran procedimientos legales o largas listas de espera para lograr una adopción en el territorio nacional, para las personas Ā«no importantesĀ».
Y en la incubadora, una bebĆ© forzada a nacer del cuerpo abusado de una niƱa, con bajĆsimas probabilidades de supervivencia y con altĆsimas probabilidades de contraer secuelas o discapacidades en caso de hacerlo, segĆŗn refieren las estadĆsticas y los especialistas.
ĀæQuĆ© serĆ” de esa vida? La pequeƱa se lo preguntó, pero no pudo decĆrselo a nadie.
ĀæAlguien le contarĆa su procedencia? ĀæRespetarĆan su derecho a la identidad?
La niƱa regresó a su casa, con su familia, pero en las redes y en la TV se viralizó la noticia del fallecimiento de la bebĆ©. Un agujero se llenó en su pecho, porque no le fue indiferente, porque no eligió traerla a la vida, porque no fue la mĆ”gica solución para adoptantes deseosos imposibilitados de gestar. Porque fueron dos vĆctimas mĆ”s del patriarcado.

Murió la bebĆ©, tras dĆas de agonĆa y soledad, murió la niƱez de la pequeƱa abusada, y murió el estado de derecho.
La pequeƱa con tan solo 12 aƱos lloró una vez mĆ”s abrazada a su oso. Lloró porque habĆa quebrado el Ćŗnico Ā«pactoĀ» que mantenĆa a salvo su integridad y la seguridad de su familia, lloró por la culpabilización de quienes la juzgaron de asesina, lloró porque nadie volverĆa a verla como antes, lloró porque aĆŗn le duele el cuerpo, lloró porque jamĆ”s deja de doler el alma, lloró porque aĆŗn no logró comprender todo lo que ocurrió.
Esta es la realidad de una niña, de dos niñas victimas, de tantas otras. En Argentina, en el año 2018 mÔs de 200 niñas fueron obligadas a parir, obstaculizando su derecho a la interrupción legal de embarazos producto de violaciones.