Por Pablo Kulcar
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Luiz Inácio Lula Da Silva, ex presidente de Brasil, líder del Partido de los Trabajadores, está preso en Curitiba desde abril de 2018, cumpliendo una pena de 12 años y un mes de reclusión. Fue condenado por recibir un departamento en la localidad costera de Guarujá, en San Pablo, como supuesto soborno por parte de una constructora, a cambio de ser beneficiada en una obra pública. Por esa condena quedó inhabilitado para presentarse a las elecciones presidenciales en octubre de 2018.
Encerrado para evitar su triunfo electoral
La casa está a nombre del empresario Fernando Bittar, un viejo amigo de la familia de Lula, que la cedió temporalmente al ex presidente en 2010. Pese a no ser el propietario de la casa de campo, según el fiscal, Lula se benefició ilegalmente de las reformas por parte de las empresas que fueron favorecidas en su gobierno con contratos con la petrolera estatal Petrobras.
Hace algunas semanas, al cumplirse un año de su encarcelamiento, fue habilitado por la Justicia para dar su primera entrevista desde la prisión de Curitiba. Casi al mismo tiempo, el Superior Tribunal de Justicia le redujo la condena de 12 a 8 años y así abrió la puerta para su libertad.
Lula se presentó a la prensa sentado, vestido de un traje gris, con buen semblante y ubicado en un espacio pequeño que se asemeja a los emplazados para que los testigos declarasen ante un juez. La sala estaba absolutamente desprovista de algún lujo o detalle que identifique el lugar. Obviamente, se trataba de la prisión de Curitiba en la que Lula permanece detenido.

Emoción y datos
El clima era de calma. Lula comenzó su relato haciendo una referencia a las personas allegadas a él mismo, que habían muerto. En primer lugar nombro a su hermano Vavá, y luego intentó hablar de su nieto, recientemente fallecido, lo que le hizo quebrar la voz y llevarse las manos a sus ojos, como una mecanismo de ayuda, intentando detener la catarata emocional que le invadía.
Se refirió a sí mismo como «un trabajador contra el odio, ese que alimentan personajes de la política actual del Brasil, a los que llamo mentirosos». Su capacidad oratoria y su transparencia impactan cuando dice tener un compromiso inquebrantable con su pueblo. Cuestiona las decisiones de un ministro que intenta juntar un billón de dólares de reservas y para ello recorta jubilaciones y prolonga los años de aportes a 40. «Son muchos, muchas personas ya estarán muertas», indicó.
Un mundo de sensaciones
Sus gestos acompañan el relato. Es creíble y directo. Desafía al ministro de economía a tener una charla y explicarle los lugares de privilegio desde donde obtener recursos. Emociona cuando se refiere a sí mismo como una persona común, un ciudadano que solo tiene cuarto grado de escuela primaria, se especializó como operario tornero, y que consiguió más reservas que nadie, sin provocar daño alguno al pueblo brasileño.
La palabra pueblo adquiere en los labios de Lula un peso específico, avalada por su pasado sindical de operario industrial. Sus análisis de la política actual de Brasil también son tienen el aval de sus presidencias exitosas y populares. Obviamente no lee, mantiene la mirada calma, pero no es un hombre derrotado. Recupera de a poco la energía discursiva que es su estampa.
En defensa de la gente
«Un país que no genera empleo, ni salarios, ni consumo, ni ingresos, ¿cómo va a acumular reservas, de dónde vendrá el dinero para hacer frente a los gastos del estado, los va a sacar de un jubilado? ¡Esto es una vergüenza, es inmoral!».
«El pueblo ya está endeudado como para que le pidan más aportes o recorten sus ingresos. ¿Dónde estudiaron economía estos funcionarios? Van por el desgraciado que tiene que trabajar hasta los 65 años para poder jubilarse, y después le recortan de lo que ganó con justicia. Esa gente se muere antes, no llega a los 40 años de aportes».
Se refiere a la relación de su país con los EE.UU como la de «un perro faldero y callejero». Gesticula con su rostro la indignación que le produjo ver a su presidente saludando la bandera de los Estados Unidos de América y le aconseja «amar a su madre, a su padre y a su patria, pero no declarar amor por los norteamericanos».
El egoísmo de Estados Unidos
Se pregunta «¿cómo se puede creer que los EE.UU van a favorecer a Brasil? Los americanos piensan primero en ellos, segundo en ellos, tercero en ellos, quinto en ellos, y si queda algún tiempo más, siguen pensando en ellos mismos». Lo dice con indignación y enojo. Vuelve al ejemplo del perro callejero y sentencia que solo los brasileños solucionaran problemas de brasileños.
«Ellos saben que el día que salga de aquí estaré con los pies en las rutas, en las calles, junto al pueblo para levantar cabeza y no permitir la entrega de Brasil a los Estados Unidos, exigiendo por empleo, crédito, poniendo a la gente como prioridad en la columna de gastos. Y exigiré que se incluyan políticas claras que beneficien al pueblo en el presupuesto nacional».
Firme y digno
Lula es el mismo de siempre. Genera esperanza. Se le siente cerca, firme, afecta verle detenido, desplazado de la lucha, acusado y condenado por temas menores. Da miedo que envejezca y se canse. Su pueblo ha sido endeudado para sostener un número macroeconómico que hambriento se devora vidas, pero no parece importarle a quienes mandan que mientras tanto muestre cuentas publicas estables. En Argentina también hay representantes y empleados ejerciendo cargos públicos, vacíos de la dignidad y la convicción que rezuma el ex presidente de Brasil.
La sala está bien iluminada. Hay cámaras y periodistas, y hay un hombre recuperando su voz pública a la espera de una libertad domiciliaria que por lo menos reconstruya el término justicia. En portugués, y en todos los demás idiomas.