Las aventuras de Juan y Eva en el techo de América

Por Fabián Galdi ([email protected])

«Ustedes están locos», les respondió Juan Domingo Perón a los integrantes de un grupo de suboficiales del Ejército cuando se enteró qué proyecto tenían por concretar. Ni más ni menos, los soldados le informaron al por entonces presidente de la Nación que deseaban llegar a la cumbre del Aconcagua para entronizar los bustos representativos de él y de Eva Perón. La idea original era homenajear al soldado Miguel Farina, fallecido en 1951 tras un intento golpista. El General, según luego explicaron sus visitantes, les dijo lo que les dijo con un guiño cómplice.

Corría 1954 y los uniformados -identificados por su adhesión al Justicialismo- planearon cómo llegar a la cima del cerro más alto del continente, también conocido como «el techo de América». Los 6.952 metros de altura iban a ser encarados en grupo y éste iba a dividirse en dos para encarar la ascensión hacia la meta: una de las divisiones tenía como misión depositar las piezas en la parte más alta y la otra era la que debía armarlas. La proeza se concretó y los montañistas se dieron por cumplidos al haber conseguido el objetivo.

Dos años después, el jefe del gobierno de facto, Pedro Eugenio Aramburu, ordenó sacar los bustos. Otro equipo de suboficiales, también adiestrados en andinismo, en la temporada alta del verano de 1956 cumplió con lo ordenado. Las piezas de las reproducciones de Juan y de Eva jamás aparecieron y acerca de éstas no existe ninguna información al respecto sobre qué fue lo que se hizo.

Reparación histórica

La historia llegó a ser conocida en 2014 por Alfredo Álvarez, quien de inmediato se puso como premisa recuperar el sentido épico que movilizó a aquella expedición. Todo un experto en las actividades de montaña -ascensiones a Vallecitos y al Lanín, trekking, escalada en roca y hasta corrió un maratón- fue pergeñando cuándo, cómo y con quiénes repetir el hito de la veintena de suboficiales que cumplieron su promesa al mismísimo Perón.

Los bustos de Juan Domingo Perón y de Eva Duarte de Perón,
en el Refugio Independencia.

El Café Diario compartió una charla extensa en un bar del microcentro mendocino apenas unos días después de la tarea cumplida. A sus 45 años de edad, este deportista -nacido en Villa Urquiza, Ciudad de Buenos Aires- recopiló imágenes y procesó ideas mientras las transmitía en un tono exultante -aún no podía imaginarse lo que ocurriría poco después, con la reacción del Gobierno provincial-.

«Para mí era un sueño» expresó y repitió al menos dos veces más durante la conversación. Citó, además, los contactos con colegas para tratar de adelantarles qué se había propuesto. Hasta que en el inicio de 2019 hicieron un intento junto al paranaense Tabaré Muñoz, subteniente del Ejército de reserva, pero al terminar el entrenamiento en el cerro Vallecitos ya habían caducado los permisos para ir al Aconcagua. Así que debieron postergar el intento hasta este año y en esa espera se les sumó el experimentado montañista Julián Prato (bonaerense y abogado), a mediados del año pasado.

Tres mosqueteros

El antecedente, ya de siete décadas atrás, marcaba que los primeros expedicionarios habían transportado alrededor de 20 kilos entre los bustos -se ensamblaban las piezas en la base para lograr un perfecto encastre- pero ahora la situación iba a ser sustancialmente diferente porque solamente tres personas debían transportar todo e iniciar el acarreo desde los refugios Berlín e Independencia.

La idea madre se mantenía: presentar a los bustos en la cumbre, tomar algunas fotografías como testimonio y luego descender unos metros hasta dejarlos listos para armar y asegurarlos al terreno en el segundo de los refugios. El motivo también tenía que ver con un hecho de muy fuerte poder simbólico: el Independencia tenía otro nombre otrora, nada menos que el de Eva Perón.

Los integrantes de la expedición, en el «techo de América».

Alfredo Álvarez, Julián Prato y Tabaré Muñoz sellaron ese pacto de compañerismo y de hermandad que los unió en un desafío trascendental. La logística estaba armada y la convicción en esta empresa, también. El montañismo suele generar ese tipo de vínculos personales, que transforma a cada miembro del equipo en un aliado incondicional. Lejos de establecerse en una zona de confort o en las delicias de un documental, introducirse en las entrañas de una montaña conlleva asimismo un riesgo latente desde el primer paso hasta el último. Por más preparación física que haya, el aspecto psicológico es el que definirá el éxito o el fracaso en las situaciones límite. La convivencia sana es clave. Un foco de conflicto, por pequeño que sea, debe ser enfrentado y superado. Está en juego la propia supervivencia.

Un G-20 en los 50s

A diferencia de la primera expedición, que contaba con veinte suboficiales, la actual debía arreglársela entre tres. Primaba el espíritu de integración como así también la experiencia y el profesionalismo. Ninguno de sus integrantes era un principiante, sino que le había destinado tiempo y decisión a internarse entre cerros de diferentes alturas. Éstos, técnicamente, debían ser abordados en el tiempo y la forma que previamente se habían planificado. Entre los montañistas hay una premisa fundacional: «a la montaña no se le tiene miedo, pero sí respeto». Un error de cálculo o un boicoteo por lo que fuere al plan original pone en una situación sumamente riesgosa al colectivo grupal.

La previa fue durante el verano de 2019 en la zona montañosa mendocina de Vallecitos. Allí, Alfredo y Tabaré habían practicado con un busto de Juan Domingo Perón, hecho con fibra de vidrio y hueco. Para esta temporada alta 2020 reciente -abarca desde fines del año anterior hasta fines de febrero del año actual- y ya con Julián integrado, los bustos de Juan y de Eva pasaron previamente por la visita al Padre Pepe Di Paola, quien los bendijo.

Los bustos, rescatados y recolocados.

El día 4 del mes pasado, finalmente, los expedicionarios llegaron al Parque Provincial Aconcagua y muy cargados -casi 60 kilos entre equipos y mochilas- por lo cual contrataron una mula. Tras la larga marcha, hicieron los porteos correspondientes para descargar peso y así – entre idas y venidas – fueron cumpliendo las etapas hasta pasar el Refugio Berlín y poco después el Independencia. Desde allí se hizo la travesía final hasta la cima del «techo de América».

Cumbre deliciosa

A media tarde del pasado 16 de febrero y después de la foto testimonial en la cumbre del Aconcagua, los andinistas tocaron el cielo con las manos. No sólo por la altitud -casi 7 mil metros- sino también porque el sueño se había concretado. De inmediato, los bustos -seis kilos entre ambos más las piezas de ensamblado- fueron emplazados en el Refugio Independencia. Una prohibición sacada a relucir después por el Gobierno provincial -atribuída a que no se había habilitado el permiso para la instalación en la cima- reinstaló el debate sobre el caso. Más allá de ésto, el grupo expedicionario argumentó que los había dejado en el Refugio Eva Perón, como antaño se conocía al Independencia.

Hoy día, Alfredo, Julián y Tabaré sienten que la mejor condecoración simbólica que les cabe es decirse a si mismos: «Tarea cumplida».

Fabián Galdi (izqda.), autor de este reportaje, junto al expedicionario Alfredo Álvarez.