Por Bárbara Guerschman ([email protected])
Edición: Florencia Romeo ([email protected])
No hay dudas de que Merlí Bergeron, un profesor de filosofía que enseña en un curso de un colegio secundario, es un personaje singular. Sobre sus maneras y sus formas El Café Diario dialoga con Jordi Nomen Recio, filósofo catalán, coterráneo del personaje admirado.
A sus alumnos Merlí los denomina los «peripatéticos» en referencia a los seguidores de Aristóteles, que caminaban mientras hablaban. Irreverente y afecto a quebrantar reglas personales e institucionales, este profesor transmite el amor por la filosofía con su innegable carisma.
Cabe señalar que Merlí no goza de la consideración de todos los profesores del instituto, pero sí de la de los alumnos. Tal es el aprecio que una madre concurre a felicitarlo por el entusiasmo de su hijo aunque, para ella, la filosofía no es tan importante como matemáticas o lengua. Con firmeza, Merlí replica que es más importante que esas materias.
Para el filósofo catalán Jordi Nomen Recio la filosofía para niños es importante puesto que es el motor para plantear preguntas que nos ponen en cuestión como individuos: ¿Cuál es nuestro nombre y por qué es importante para nosotros? ¿Qué nos hace únicos?
Nomen es autor de ‘El niño filósofo’, un libro basado en un programa educativo iniciado a fines de la década de 1960 por el pedagogo y profesor Mathew Lipman junto con Ann Sharp.

El mundo de los adultos
Los adultos ¿sabemos filosofar o es algo que deberíamos desarrollar?
La curiosidad y la admiración son algo innato en el ser humano, una competencia fundamental. Ciertamente todos tenemos una inteligencia filosófica en la línea del psicólogo Howard Garner que, lamentablemente, no la incluyó en su grupo de inteligencias múltiples.
Todos nos hacemos preguntas existenciales, en los peores momentos muchas más, porque la felicidad no lleva a formularlas pero el fracaso, la frustración, incertidumbre y transitoriedad nos introducen en el mundo del interrogante.
¿Cuáles son esos interrogantes?
¿Por qué estamos aquí y me pasó esto? ¿Qué debería hacer? Desde este punto de vista, todos somos un poco filósofos. Ahora bien, la práctica enriquece la capacidad, hay personas que son más dadas a cuestionar las cosas que le suceden, profundizar en ellas y mantener diálogos con los demás.
Los adultos deberíamos profundizar más en estas preguntas y tener eso que tienen los niños, la capacidad de dialogar con los demás aceptando el error como forma de aprendizaje.
¿Lo hacen, efectivamente, los adultos?
Eso nos cuesta mucho a los adultos porque tenemos prejuicios que proyectamos en los demás. Los niños nos ponen contra la pared con preguntas que nos desarman y caemos en lo más fácil diciendo: «Ya lo entenderás cuando seas mayor».
¿Puede ser que esta imposibilidad de los adultos de aceptar el error tenga que ver con un contexto social donde se habla de éxito o fracaso?
Claramente, el éxito lleva a pisar fuerte, no dudar de nada y seguir tu camino como un todo terreno, sin tener en cuenta a los demás. Ese es el modelo de éxito que nos están vendiendo en la sociedad actual.
¿Cómo sería?
La felicidad consiste en tener muchas cosas y que otros no las tengan ni las disfruten, porque eso supuestamente te lleva a ser más feliz. Qué perversión ¿no? Trabajar para tener muchas cosas sin disfrutarlas ni tener tiempo para estar con los seres queridos. Ni hacernos esas preguntas que deberían ser el cultivo de nuestra propia interioridad.
Los niños y la filosofía
Hay una edad en la cual los niños no dejan de preguntar » ¿Y por qué? «. ¿Eso puede ser pensado como un ejercicio de filosofía aunque sea intuitivo?
Con los sentidos y el lenguaje como instrumentos, los niños descubren un mundo que está hecho, intentando hallar las normas para regirse en este. Para eso hay que preguntar.
La filosofía para niños enseña a hacer buenos interrogantes que mejoran la comprensión del mundo. Estos se hacen en dialogo y comunidad de aprendizaje, con pares que pueden facilitar puntos de vista alternativos. Eso es una escuela de ciudadanía democrática.
En una entrevista, planteó como propósito que los niños piensen por sí mismos. ¿Se les enseña a hacerlo en las escuelas de educación inicial y primarias?
La perspectiva en la cual me muevo, el programa de filosofa para niños constituye un trabajo mancomunado que está presente en muchísimos países. Las escuelas están introduciendo este programa en su currículo, aunque aún no es mayoritario y debería serlo porque les da voz a los niños y niñas.

¿Por qué sucede esto?
Con la mejor intención, los maestros tenemos un exceso de dirigismo. Los niños deberían tener un espacio que no sea tan dirigista, en el cual su voz sea oída. La filosofía debería ser una necesidad en todas las escuelas, un espacio para que la infancia pudiera hablar y establecer un diálogo filosófico.
Hay muchas preguntas que los niños hacen y se pierden porque los padres no los incentivan por falta de tiempo. El propósito es aprender a pensar bien y de una forma autónoma. Ahí habría que definir qué es pensar bien, que es hacerlo crítica, cuidadosa y creativamente.
En algunas de sus entrevistas señalaba que la práctica de filosofar podía iniciarse desde el nivel inicial.
Nosotros tenemos un programa que se inicia a los tres años. Se trata de aplicar recursos que, enlazados a la propia vivencia de los niños, consisten en dibujar, jugar y escuchar cuentos como el de Caperucita: ¿el lobo es malo o lo es Caperucita por entrar en su bosque que no es suyo?
El lobo está descansando en su bosque, es su medio ambiente. Utilizamos el dibujo de una forma filosófica, dibujame la tristeza ¿qué conclusiones sacamos de esta? Con el juego también le ponemos un antifaz a un alumno y recorremos la escuela. ¿Qué creeis que siente una persona ciega y en quién confía?
Pienso en la novela ‘El Mundo de Sofía’ y la serie ‘Merlí’. ¿Contribuyen a que se instaure el diálogo filosófico en niños y adolescentes?
Como todo producto acabado, dependerá del uso que les demos. Si lo vemos para distraernos u opinar sin criterio, de poco ha servido. Sirve si ponemos en marcha el diálogo y conformamos las comunidades que mencioné.
Cualquier producto puede ser usado filosóficamente como, por ejemplo, lo que hago con alumnos mayores de 16 años. Les pido que hagan fotografías filosóficas tomando dos sillas: ¿qué concepto serías capaz de expresar con ellas? Simbolizar indiferencia, sexo, amistad o maltrato.
¿Cuál es su perspectiva sobre las escuelas inscriptas en un proyecto constructivista?
Estas instituciones parten de un trabajo cooperativo y nosotros planteamos formar una comunidad de aprendizaje. También parten de situar al alumno en el centro del aprendizaje y no el profesor. Este tipo de escuelas ciertamente favorecen la posibilidad de introducir la filosofía para niños.
Es alentador…
Pero más que en estas escuelas, pienso en otras donde los alumnos se limitan a memorizar la lección que repiten. La educación debe evolucionar y estos deben aprender del profesor pero, sobre todo, de sus pares, que tienen puntos de vista semejantes y diversos. Cuando escuchas esta diversidad, siempre aprendes algo nuevo, buscando la parte de razón que tiene el otro y llegando a consensos.

Al caminar con los peripatéticos, un alumno formula una pregunta y Merlí se queda callado unos instantes para luego señalar que, con su silencio, pretendía demostrar que cuando una persona piensa «es mirada mal».
Como si el silencio desconcertara, al igual que la formulación de las buenas preguntas señaladas por Jordi. Cuestiones que interpelan a los adultos porque interpelan al mismo mundo.