La invasión de los seguidores de Donald Trump en el Capitolio

Por Rodolfo Colángelo ([email protected])

¿Insurrección? ¿Intento de golpe de Estado? ¿Guerra civil? Cada una de esas posibilidades asomaban de manera grotesca detrás de la figura de Donald Trump en el horizonte de la supuesta e inconmovible democracia norteamericana. Sistema que demócratas y republicanos mantienen en un equilibrio casi perfecto hace doscientos años, no exento de asesinatos de presidentes y fraudes electorales.

Lo cierto es que todo este andamiaje voló por los aires por obra y gracia de Donald Trump, quien con su negativa a reconocer el triunfo del demócrata Joe Biden en las elecciones presidenciales provocó una hecatombe de magnitud, lanzando a miles de sus seguidores de la «Norteamérica profunda y supremacista» a la toma del Capitolio para impedir que quedara consagrado su rival por los legisladores.

Banderas de Donald Trump en la violenta toma del Capitolio,
símbolo de la democracia estadounidense.

«Parecemos una república bananera», exclamó el expresidente George Bush, quien omitió que ese estigma lo fundó el imperio norteamericano con las sucesivas invasiones y golpes de Estado a los países latinoamericanos para imponer dictaduras. «República bananera» remite a la United Fruit Company, multinacional estadounidense fundada en el siglo XIX, que detrás de su fachada comercial, se dedicaba a intervenir para poner y sacar presidentes en Centroamérica.

Donald Trump pone en evidencia los extremismos blancos y racistas

Trump, el marginal de la política, puso al descubierto las bases frágiles de la democracia imperial al erigirse en el representante de los «americanos oxidados», es decir, de los blancos racistas, extremistas religiosos y con rasgos neonazis que se habían quedado fuera del sistema debido a los cambios tecnológicos y al traslado de las compañías norteamericanas a países asiáticos, a México o regiones de Centroamérica. Esto es, las clases medias supremacistas y trabajadores blancos, que vieron cómo se pulverizaban sus ingresos con estos cambios, razón por la que se aferraron a Trump, quien buscó reflotar las «industrias oxidadas», como se las llamó en su momento.

Los demócratas, siempre ligados a Wall Street y a los pulpos financieros, se enfrentaron a un fenómeno inédito: un integrante de la burguesía norteamericana, representante de la antipolítica, que tras vislumbrar y distinguir a la Norteamérica profunda y olvidada, los derrotó hace cuatro años con un discurso ultraderechista y antiprogresista.

Toma del Capitolio por ultra seguidores de Donald Trump.

Ahora, ese empresario con rasgos mussolinianos inmerso en el ámbito político ha desafiado a las hasta aquí sólidas instituciones al punto de negarse a dejar el gobierno, e incluso habiendo enviado a sus huestes a tomar el Capitolio, símbolo de la democracia del norte, que fue dañado, y donde una mujer encontró la muerte tras recibir un balazo en el cuello.

Joe Biden asume el próximo 20 de enero y Trump hará valer sus votos

Biden asumirá el 20 de enero y el juego de Trump es dejar territorio minado. El republicano fue el candidato a presidente más votado en la historia de su partido y no tirará por la borda ese caudal. Tuvo 70 millones de votos y los piensa hacer valer, tal vez quedándose al frente del Partido Republicano o presentándose a las elecciones dentro de cuatro años.

Las imágenes que hemos visto hace pocas horas quedarán como una herida en el seno de la democracia imperial, porque jamás había sucedido un hecho de esta magnitud, más allá de los asesinatos de presidentes como Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy. Fraudes o intentos de fraude también se habían registrado. Pero el templo sagrado del Capitolio nunca había sido profanado. La democracia norteamericana ha perdido su fortaleza inmaculada y desde el gigante del Norte ya nadie podrá hacer referencia de manera despectiva a las «repúblicas bananeras» como algo ajeno.