‘Treinta y nueve metros’, novela de Ernesto Espeche sobre el horror, pero tambiĆ©n la esperanza

Por Fabian Galdi ([email protected])

Ernesto Espeche, periodista y escritor, combina reflexión y sentimiento en cada frase que expone durante el diĆ”logo con El CafĆ© Diario, en un bar del microcentro mendocino. Hijo de desaparecidos, militante por los Derechos Humanos y hoy concejal por Unidad Ciudadana (UC) en la Ciudad de Mendoza, este licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) y doctorado en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), acaba de publicar su primera novela: ‘Treinta y nueve metros’

El texto recorre la historia real del encuentro con los restos de su padre, hallados en el Pozo de Vargas, TucumÔn, en 2014. El relato entremezcla lo ficcional y lo testimonial en un cruce que gana en intensidad y emociones, pero nunca resigna el rigor investigativo. Con un lenguaje que, por momentos, entremezcla un tono poético con rigurosidad académica, este libro estÔ destinado a convertirse en una referencia ineludible a la hora de rescatar la memoria e identidad durante el período en el que se desarrolló la última dictadura cívico militar.

La bĆŗsqueda y un encuentro inesperado

¿Desde cuÔndo rondaba en su cabeza la idea de lograr este registro a través de un libro?

Creo que si hay un comienzo es en noviembre de 2014, cuando uno de los peritos del equipo de antropologĆ­a forense me llama para tomarnos un cafĆ©. Ɖl viene asiduamente a Mendoza. De hecho, fui yo quien le ayudó a impulsar en su momento la extracción de sangre a familiares de desaparecidos para que el equipo pudiera hacer finalmente el cotejo de los datos de ADN de los restos que podĆ­an llegar a hallar en algĆŗn lugar. 

«Treinta y nueve metros», la novela de Ernesto Espeche.

Cada vez que venĆ­a a Mendoza me pegaba un llamadito, por eso no me extrañó que me hablara. Nos sentamos a charlar y lo primero que me dice es: Ā«encontramos a tu papÔ». Y a partir de ahĆ­, el resto de la conversación no la recuerdo porque entrĆ© en un estado de incredulidad y de no entender quĆ© me estaba diciendo. Porque si de alguien esperaba encontrar yo los restos, era de mi mamĆ”, que desaparece en Mendoza en junio del ’76 y no de mi papĆ”, cuyo rastro habĆ­a perdido en la reconstrucción que hago históricamente a mediados del ’75. 

¿Qué sabía respecto a su padre hasta ese momento?

SabĆ­a que estaba en TucumĆ”n a comienzos del ’76, poco mĆ”s que eso. Y que el diario La Gaceta saca una nota a principios de abril en la que se informa de la muerte de un mĆ©dico cuyo nombre era MartĆ­n. Y MartĆ­n era el nombre o el apodo con el que conocĆ­an a mi papĆ”. Mi papĆ” es Carlos Espeche. Un mĆ©dico que estaba en la zona de Las Mesadas, en el monte tucumano. Esa información llega a Mendoza y se entera mi mamĆ”. Meses despuĆ©s secuestran a mi madre de la casa donde vivĆ­amos con ella y mi abuela en la Cuarta Sección. Fue el 7 de junio, justamente el DĆ­a del Periodista. Yo tenĆ­a dos aƱos, mi hermano tenĆ­a un aƱo y a mi mamĆ” se la llevan en un operativo de un Grupo de Tareas. A las doce y media de la noche tiraron la puerta abajo y se llevaron mi vieja. Por lo tanto, si de alguien tenĆ­a expectativa de encontrar los restos eran los de mi mamĆ”, que habĆ­a desaparecido en Mendoza. 

TucumĆ”n me parecĆ­a lejĆ­simo y ademĆ”s no estaba yo allĆ­ como para poder averiguar, de hecho nunca habĆ­a ido. Mendoza la recorrĆ­ por trabajo, por vacaciones. Como a otras provincias del paĆ­s, pero a TucumĆ”n, por alguna razón no iba. 

¿Qué recuerdos le vienen de inmediato en ese encuentro con el antropólogo?

Y… de lo que mĆ”s recuerdo de esa charla, porque estaba como shockeado, era que a mi papĆ” lo habĆ­an encontrado en un pozo. Se llama el Pozo de Vargas y estĆ” en las afueras de San Miguel de TucumĆ”n. AllĆ­ esperaban para notificarme los oficiales de justicia y los peritos en el sitio. Era un lugar de enterramiento comĆŗn, donde se habĆ­a hallado -ademĆ”s- la posibilidad de identificar a varios desaparecidos y desaparecidas que habĆ­an tenido el mismo destino de mi papĆ”. Ese pozo. Por eso decidimos hacer ese viaje inmediatamente, y ya en diciembre estĆ”bamos viajando con mi familia hacia TucumĆ”n.

DespuĆ©s tomamos contacto con la Justicia, nos notificaron y a partir de allĆ­ fuimos directo al lugar. EstĆ” en el lĆ­mite entre San Miguel de TucumĆ”n y TafĆ­ Viejo. Es una finca que perteneció históricamente a la familia Vargas. Y ahĆ­ me entero que fue colaboracionista del plan de aniquilamiento prestando los servicios que pudiera prestar, siendo parte de la pata civil de la dictadura. 

¿Cómo describe esa finca y de qué manera fue el acceso al pozo?

Es una finca grande, en la que entro con mis hijos y con mi compaƱera. Me reciben los peritos y veo un tinglado donde estĆ” el pozo. De unos 4 metros de diĆ”metro, no mucho mĆ”s que eso, y 39 metros de profundidad, aproximadamente. Me preguntan si quiero bajar. Si bien los restos de mi papĆ” ya no estaban ahĆ­ -estaban siendo analizados o habĆ­an sido analizados por el equipo de antropologĆ­a forense- me querĆ­an mostrar el lugar donde lo habĆ­an hallado. Exactamente el lugar donde estuvo mi papĆ” todo el tiempo que lo esperamos… por dĆ©cadas. Ɖl estuvo allĆ­. Y yo tenĆ­a que estar en ese lugar. Fui acompaƱado por un perito y entramos a una especie de cubo enrejado que hacĆ­a las veces de ascensor… oxidado y chiquitito,y empezamos un descenso desde la superficie hasta el final del pozo, que era en ese momento el metro 39. 

¿Y de qué forma siguió ese recorrido?

Hago todo ese recorrido, por impactante que fue… y bueno, despuĆ©s recorro TucumĆ”n y hablo con algunos militantes de la Ć©poca para ver si tenĆ­an algĆŗn rastro mĆ”s de mi papĆ”. Por ejemplo, cuando llega a TucumĆ”n y todo eso. En ese momento me digo Ā«esto tengo que escribirloĀ», porque es demasiado para guardarlo como parte o en algĆŗn lugar de mi memoria, siempre sujeta a que luego esos hechos puedan ser modificados. Ā«Hay que hacer una crónicaĀ», pensĆ©. Y escribĆ­ todo eso. Lo que vivĆ­ en el pozo y lo que me pasó despuĆ©s. Porque inmediatamente, tras el hallazgo de mi papĆ” aparece una foto en los diarios: Ā«MĆ©dico mendocino encontradoĀ», y la foto de Ć©l. 

Esa mujer estuvo en el momento en que a Ʃl lo matan

ĀæQuĆ© información tiene con respecto a las repercusiones por esa nota publicada? 

Cuando estaba en Córdoba, me enterĆ© que una mujer lo reconoce porque es la Ćŗltima persona que lo vio con vida.  Lo que pasa es que no sabĆ­a el nombre. SabĆ­a que era un mĆ©dico. Cuando ve la foto, no sabĆ­a cómo ubicar… SabĆ­a que tenĆ­a hijos porque Ć©l le habĆ­a contado que tenĆ­a dos hijos, pero no sabĆ­a cómo ubicar a esos hijos. Esa mujer estuvo en el momento en que a Ć©l lo matan. Ella pudo escaparse al monte. Cuando nos encontramos, me cuenta la historia y puedo reconstruir el itinerario de mi papĆ” en los Ćŗltimos aƱos… Cuando llega a TucumĆ”n como mĆ©dico y por qué… en quĆ© condiciones. 

FabiƔn Galdi (der.), periodista de El CafƩ Diario, y Ernesto Espeche (izqda), con su novela.

Esa mujer es enfermera. Me regala una etiqueta de cigarrillos que dice Jockey Club, y me dice: Ā«mirĆ”, esto lo guardĆ© por entonces hasta hoy para ver si en algĆŗn momento me podĆ­a encontrar con los hijos de MartĆ­nĀ». Ella tambiĆ©n le decĆ­a asĆ­. Ā«Fue el Ćŗltimo cigarrillo que nos fumamos antes de bajar por el monte hacia el pueblo de Santa LucĆ­a, adonde Ć­bamos a hablar con los vecinos y a buscar medicamentosĀ», me contó. Todas las noches, un grupo de tres bajaba y esa noche les tocó a ellos. AhĆ­ es donde asesinan a mi papĆ”, secuestran su cuerpo y desaparece… Y termina luego en el Pozo de Vargas. Entonces me encuentro con ella y reconstruyo parte de esa historia mucho mĆ”s y digo Ā«tengo que escribir esto… de alguna manera, cuando salga del shock necesito escribirĀ».

Y al fin, usted logró salir de ese estado de shock, tan comprensible por cierto.

Sí… Es que esto era muy fuerte, demasiado. Saber que estaban los restos de mi papĆ”. Conocer quĆ© pasó con su vida casi al detalle. Sus Ćŗltimos meses de vida, porque yo eso lo tenĆ­a perdido. En TucumĆ”n no pudieron darme respuestas porque evidentemente no le conocĆ­an. Todo porque era mendocino, porque era un mĆ©dico que llegó tardĆ­amente a TucumĆ”n en enero, febrero del ’76… Digo tardĆ­amente respecto a la cantidad enorme de militantes que ya habĆ­a en TucumĆ”n en ese momento. En Mendoza, muy poca información habĆ­a podido tener. Ella sĆ­ me da este dato. Y me cuenta todo: cómo van, cómo se preparan, cómo los convocan… La mayorĆ­a eran mĆ©dicos. Todo porque la situación ya era muy difĆ­cil. Necesitaban mĆ©dicos, refuerzos… MĆ©dicos o alguien que tuviese algĆŗn conocimiento de medicina, al menos. Me cuenta todo eso y me regala esa etiqueta de cigarrillos que hasta el momento era lo Ćŗnico tangible que a mĆ­ me vinculaba con mi viejo. 

La novela que nació meses después del encuentro

¿CuÔnto tiempo pasó para que se decidiera a empezar la escritura?

Pasaron unos meses y empecé a escribir esa historia como una crónica, un testimonio. Seguí escribiendo y en un momento -no sé cuÔndo- me di cuenta de que lo que estaba escribiendo ya no era ni crónica ni testimonio ni nota periodística ni ensayo. Era algo que había traspasado esa frontera y empezaba a ser una novela porque ese descenso en el pozo, que en tiempos reales puede durar tres minutos, cuatro como mucho -porque va lento el ascensor- para mí es la trama de la novela. Empiezan a aparecer en ese descenso voces que toman la palabra, recuerdos, reconstrucciones que alguna vez pude hacer respecto de sus vidas, y cuando hablo de éstos no me refiero sólo a mi padre, sino a quienes ya no estÔn porque desaparecieron o ya sea porque sobrevivieron pero murieron posteriormente peleando por justicia, por memoria, por verdad.

¿En qué circunstancia esas voces ingresan al texto?

Esas voces empiezan a entrar en el texto y a decir lo suyo, a contar lo suyo… Voces que pueden tener que ver con personajes o personas que realmente existieron o que no, ya no me importa… O contando hechos que realmente ocurrieron o que no y tampoco me importa… Sólo tenĆ­a necesidad de contar esas historias y que esas voces tomaran la palabra. 

¿Y en esos momentos fue su decisión de transformar el relato testimonial en una novela?

Claro, porque lo que aparece es un libro de viaje, pero mĆ”s que viaje es un descenso y todo descenso es un descenso incómodo. Y es una novela incómoda. No es triste. No es una novela lacrimógena -digamos- sobre la ausencia, sobre el vacĆ­o… Con lo que significó en la Argentina, con las desapariciones… Es incómoda cuando el personaje se aleja del autor en algĆŗn momento y va tomando su propia perspectiva de los hechos.

¿Cómo se aleja el personaje del autor?

Por momentos regresa a su infancia, se permite el humor, se permite la ironĆ­a, se permite jugar en un fino lĆ­mite de lo que es polĆ­ticamente correcto y de lo cristalizado en tĆ©rminos consignistas digo yo. No es un panfleto ni mucho menos, sino que es un texto provocador de una reflexión profunda de algo que estoy convencido de que no terminamos de comprender ni de aceptar… Que la dictadura sigue, no terminó en el ’83. SĆ­ terminó formalmente en el ’83, pero nos sigue pasando todos los dĆ­as cada vez que nos levantamos, cada vez que vamos a laburar, cada vez que salimos al mundo… Algo nos recuerda permanentemente que la dictadura, a travĆ©s de sus marcas, nos dice que aquĆ­ estĆ”.

¿Cómo siente que la Dictadura sigue estando?

EstĆ”… Con su horror, con su oscuridad… Y para cubrirnos. Entonces, la clave es coexistir con esa oscuridad y lograr convivir cada tanto. En ese descenso a los infiernos que es, de alguna manera, la lógica de este libro. Ese poder habitar en el mundo de los vivos o vivir de a ratitos en el mundo de los vivos. Y poder tener a travĆ©s de mis hijos o de los nietos de aquella generación esos diĆ”logos que nos permitan darle sentido a muchas cosas que difĆ­cilmente lo tuvieran si nos quedĆ”ramos sólo con esa oscuridad del pozo.