Por Julio Jerusewich ([email protected])
La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que más de 45 millones de personas mayores de 3 años tienen algún tipo de pérdida auditiva. La información toma estado público en el Día Mundial del Sordomudo, en el que trascienden nuevas historias de superación. El Café Diario refleja una en particular, la de Agostina Cerrati, en un contexto muy especial.
En materia de historia, en septiembre de 1951 se celebró el primer Congreso de la Federación Mundial de Sordos. Y en los últimos domingos de cada septiembre se acostumbra a visibilizar las dificultades que atraviesan las personas con esta incapacidad, con el objetivo de concientizar.

De igual a igual
«Todo empezó cuando tenía 3 años y medio. Una tarde me deshidraté y me llevaron al hospital. Me pusieron suero y al rato el dignóstico: gastroenteritis. Entonces el médico cometió un grave error. Me dio un antibiótico que se llama gentamicina, que me causó la pérdida auditiva. Me llevaron a Buenos Aires y allí finalmente el médico me confirmó que padecía hipoacusia bilateral, con lo cual necesitaba usar audífonos». Agostina podría haberse recostado en el padecimiento, y limitar sus sueños desde muy temprano. Sin embargo, a su mamá le recomendaron que no la anotara en una escuela especial porque de esa forma se hubiera encerrado definitivamente en su mundo, y eso le hubiese impedido tener avances o cualquier tipo de integración con el mundo de los oyentes.
Se sugirió que concurriera a cualquier colegio con el soporte de psicólogos y fonoaudiólogos. «Entonces mi mamá me anotó en el único lugar que aceptaba alumnos y alumnas con problemas auditivos. Recuerdo que la adaptación tanto con los compañeros como con los profesores fue muy buena. Estar sentada en el primer o en el segundo asiento del aula, o de copiar de mi compañero cuando la profesora dictaba, son como flashes que tengo guardados de esa etapa. Además, contaba con el respaldo de una profesora particular que preparaba a chicos y chicas con dificultades auditivas», rememora Cerrati.
El primero de muchos viajes
Sin proponérselo y de manera natural, comenzó a dar pasos propios. «Cuando cumplí 15 años mi papá me regaló el viaje a Disney. Mi mamá no estaba de acuerdo por los riesgos que implicaba para mi audífono subirme a los juegos. Pero pesó más la palabra de mi papá. Para él era indispensable que yo aprendiese a socializar con la gente. Así que viajé sola y la pasé espectacular con los hijos de los amigos de mi viejo», recuerda.
Su padre puso una semilla que cayó en buena tierra al compartir con ella la pasión por viajar. Cuando Agostina tenía 18 años, Jorge, su padre, falleció como consecuencia de un accidente cerebro vascular. «Sentí que el mundo se me caía encima. Me deprimí mucho cada día que necesité hacerlo, y un día levanté la cabeza y me di cuenta de que tenía que terminar el secundario y enfocarme en el futuro. Dudaba entre dedicarme a la kinesiología o a la gastronomía. Después de evaluar todas las posibilidades, me decidí por la creatividad que me suscita el ámbito de una cocina, sumado a que tenía una salida laboral casi inmediata. Fue durante la carrera que maduré lo que venía pensando. Tenía 23 años cuando me propuse trabajar fuera del país», explica.
Cuando era chica, cuenta Cerrati que su padre la estimulaba a ella y a su hermano Angelo a estudiar Gastronomía. «Nos seducía con que nos iba a poner un restaurante», dice. Podría haber sido una génesis pintoresca para un negocio familiar en San Juan. Pero la vida tuvo sus propios planes.
«Siempre quise viajar por el mundo»
Hacia fines de noviembre de 2013 viajó a Balneario Camboriú, sur de Brasil. Trabajó en Costela de Ouro, uno de los restaurantes típicos de comida por peso, donde tuvo que aprender el idioma portugués. Después pasó a integrar el plantel de un restaurante en San Telmo cuyos dueños son argentinos. «Me adapté muy bien a mudanzas, a conocer gente, a hacer amigos, a compañeros de trabajo con distintas gírias (jergas) y tonos regionales», puntualiza.
En noviembre de 2016 la vida volvió a estremecerla. Recibió un llamado telefónico de su prima y palabras que salieron en forma de trompada a través del celular. Su mamá Inés comenzaba la batalla contra un cáncer de mama. Volvió en abril de 2017 para, después de trabajar durante la temporada, acompañarla y abrazar su lucha. A Inés operaron al iniciarse el año y los estudios arrojaron resultados alentadores. El alivio de confirmarse que estaba sana y que apenas debía tomar una medicación de por vida.

Inés le insistía a su hija en cierta chance de trabajo en el gobierno de San Juan, pero las señales de partir nuevamente aparecieron como flechas. «En agosto de 2018 tuve una entrevista con el secretario de gobierno, pero en ese momento no había vacantes. Salí de esa oficina con una certeza entre lágrimas. Mami, me voy», narra. Agostina inició los trámites para hacer realidad uno de los sueños de Jorge, su papá: obtener la ciudadanía italiana. Acto seguido, puso el GPS orientado a Europa. Con la ayuda de su tío comenzó a recolectar la documentación de sus antepasados (partidas de nacimientos, de casamientos, defunciones, etc) y comprar los pasajes con anticipación, en septiembre.
Otro actor intervino también, lo que representó un impulso. El reconocido chef sanjuanino Carlos Echegaray, que en 2014 fue asesinado. «Carlos era mi vecino. Siempre me empujó a que viajara por el mundo, que sume experiencia. Su muerte fue un golpe durísimo para mí», se lamenta. En 2016, la Sala I de la Cámara Penal sindicó a Claudio Gil como el responsable bajo la carátula de Homicidio doblemente Agravado por Alevosía.
Del otro lado del Atlántico
En abril de 2019, con 33 años, aterrizó en Italia. «Si bien tenía que pasar por Sicilia para esperar la aprobación de los papeles, mi objetivo era llegar a España. Sucede que mientras realizaba los trámites de la ciudadanía conocí por internet a una chica con la que fuimos juntas superando el proceso hasta la autorización definitiva. Hasta esa suerte tuve», explica.

Lo que Agostina decodifica como la suerte no es más que aquella red que la contuvo cuando decidió tirarse desde el trampolín hacia sus sueños. «Mientras esperaba la aprobación de los papeles, fui a conocer la tierra donde vivieron mis abuelos. Fue absolutamente mágico pisar Leonforte, en Sicilia. Esa tierra con la que soñaba tanto mi papá. Fue muy loco percibir lo iguales que somos a ellos en carácter, en forma de ser, tan bravos, tan gritones. Y también solidarios y hospitalarios. Tal es así que un día se me rompió el audífono y ellos me regalaron uno nuevo sin pedirme absolutamente nada a cambio». Sonríe al recordarlo.
Por fin España y más cambios
Fueron 3 meses hasta que le habilitaron el pasaporte, la ciudadanía y la documentación. Con todo eso, partió a Barcelona. Allí estuvo 15 días en la casa de la amiga que había conocido en Sicilia, hasta que encontró otro lugar. También trabajó en un restaurante en la playa después de obtener la residencia española. «La verdad, nunca había vivido en una ciudad tan grande como Barcelona. Me volvía loca en el subte. Mucho ruido, mucha gente y una integración que activé recién a los dos meses, cuando comencé a conocer grupos de amigos, como por ejemplo unas chicas cordobesas», relata.
En Barcelona estuvo 1 año y 6 meses, después viajó a Tenerife, donde permaneció 4 meses. Y retornó a Barcelona, aunque sólo por un tiempo. Agostina, la cocinera cuyo apetito de viajes no cesa. «Quería seguir expandiendo culturas. Sobre todo porque en mis vacaciones había aprovechado para conocer Francia. París me pareció muy Buenos Aires. Caótica, linda, pero peligrosa. Y Roma me resultó de película, allí me volví a emocionar».
La distancia refuerza los valores. «Cuando estoy por dormir, cuando veo fotos de familiares comiendo asado, las de mi sobrino, mi mamá, mis hermanos, los cumpleaños, las fiestas… ahí extraño. Ese calor de la gente, los amigos. La realidad es que el viaje me fortaleció», se contenta.
De Barcelona partió hacia Innsbruck, Austria, para una entrevista con el objetivo de trabajar en un restaurante que buscaba personal. «Como no sabía el lenguaje de señas al dedillo, me evaluó un cocinero que hablaba portugués».
«Me enamoré de Austria, un país muy preparado. La gente muy simpática. Los Alpes. Lo que sucedió es que surgió la chance de trabajar en Escocia, con alojamiento, comida y trabajos incluidos, así que dejé Austria después de 15 días pese a que hicieron lo imposible para que me quedase. Aquí en el Reino Unido formamos un grupo lindo con tres españoles y un colombiano. Y más ahora, porque no tengo audífono ya que se me rompió. Están siempre pendientes de lo que necesito. Dicen que quien más tiene, más quiere», describe.

«¿Dónde me veo de acá en un tiempo? Estoy en la duda de conocer Canadá, o volver a Austria, que me encantó», responde. Para ese futuro, Agostina también revela otras ganas. «Se me metieron en la cabeza las ganas de operarme, veremos, sólo Dios sabe. Sería dejar de renegar con el cuidado de los audífonos. Es una vez en la vida y chau. En Argentina podría hacerla, pero no tengo ganas de estar dos meses allá. Tengo ganas de seguir viajando y conociendo más continentes y países. Durante los inicios de la pandemia, cuando tuve que irme de España, nunca imaginé que iba a vivir en estos sitios. Pero como pienso siempre, la vida es un desafío y hay que sumar experiencia pese al miedo a lo desconocido».
Sobre los desafíos, agrega que hace dos semanas está tomando clases de inglés con su amiga Paulina Fernández. Una chica que conoció en su viaje a Buzios, en 2017. «Ella me manda los videos de las pronunciaciones por WhatsApp, además de escribir cómo suena cada palabra, con la gramática correspondiente».
La manera como se relacionan las personas con la adversidad, las define. Marca cómo avanzan en la vida. Las situaciones límite sacan muchas veces lo mejor de cada uno. Agostina lo sabe.